¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO PEDIR AYUDA?
Pedir ayuda e ir al psicólogo no debería ser más difícil que ir al médico de cabecera, al dentista o al fisioterapeuta. Sin embargo, en la práctica vemos que no es tan fácil acudir a la primera consulta por mucho que socialmente esté mucho más aceptado que en tiempos pasados. Para explicar con claridad el periplo que seguimos desde que detectamos un problema psicológico hasta que hacemos la petición de ayuda, vamos a dividir el proceso en 8 pasos.
¿Cómo me siento?
Tengo ansiedad y no sé por qué, me ha empezado a dar miedo coger el coche, me siento vacío, no tengo ganas de hacer nada, he perdido motivación por las cosas, no puedo dormir por las noches, hace un tiempo que no tengo deseo sexual, me peleo con todo el mundo, mi pareja me ha puesto un ultimátum, debo comprobar que he cerrado con llave cinco veces antes de salir de casa cada día, tengo pesadillas, me vienen pensamientos extraños sin venir a cuento, me duele todo el cuerpo pero los médicos me dicen que no tengo nada, etc. De ésta última nace la broma que hacemos algunos psicólogos autodenominándonos “nadólogos”, ya que muchos pacientes vienen al psicólogo cuando el médico les dice que “no les pasa nada”. Síntomas hay muchos, lo que está claro es que, si no noto ninguno, voy a seguir con mi vida tranquilamente por mucho que otros me digan que tengo un problema. Es decir que para pedir ayuda es imprescindible sentir algún tipo de malestar.
¿Tengo que hacer algo?
Podría ser que sí tuviéramos síntomas, pero si no los percibimos como problema, nos quedaremos tan anchos con nuestros síntomas. Mucha gente convive con molestias de distinta índole y no se les ocurre ni siquiera ir al médico. Por otro lado, suele ser más fácil percibir los síntomas como problemas relacionados con el cuerpo que como problemas relacionados con la mente, este es el motivo que lleva a mucha gente a pasar por el médico antes que acudir al psicólogo.
En el caso de que consideremos que nuestros síntomas son problemáticos, entonces pasaremos a la siguiente cuestión.
¿Es importante?
Imaginemos que tenemos síntomas y que los consideramos problema, pero no los percibimos como algo importante o grave. En ese caso, nos quedaremos con nuestros problemas y seguiremos con nuestra vida “tirando”, expresión de lo más común entre los españoles.
En el caso de que lo consideremos importante, pasaremos a la siguiente pregunta.
¿Es urgente?
Esto ya incluye tener en cuenta la dimensión tiempo. Sin lugar a dudas, si consideramos que nuestro importante problema puede esperar, esperaremos, procrastinaremos y lo dejaremos pasar. Incluso confiaremos en abstracciones como que “se me pasará con el tiempo”. Como si el tiempo de por sí fuera curativo.
Si nuestro problema no puede esperar, si requiere de una acción inminente, avanzaremos hacia la siguiente casilla.
¿Puedo solucionarlo yo solo?
Este punto mucha gente lo considera negativo y viene a terapia sintiéndose culpable “doctora, tendría que haber venido antes, pensaba que yo solo podría con esto, lo siento”. Pero es un pensamiento que hay que exculpar inmediatamente ya que es muy saludable el intentar abordar un problema con los propios recursos. Y la mayoría de las veces es más signo de autonomía y madurez que de terquedad y tozudez. Si la persona se apaña sola, se acabará aquí el proceso, si no puede, vendrán los siguientes pasos.
¿Debo pedir ayuda a mis amigos y/o familiares?
Si hablar con amigos me consuela, me da ideas y me reconforta, es muy probable que nos quedemos en este punto. Pero suceden varios fenómenos. Muchas veces los amigos más que consolar (lo que se dice simplemente estar presente y escuchar) lo que hacen es desplegar una serie de estrategias encaminadas a cambiar tu tristeza por alegría (con toda la buena intención porque no te quieren ver mal), minimizando el problema (no es para tanto) o proponiendo actividades animosas que el otro no tiene ningunas ganas de hacer (tú lo que necesitas es salir de fiesta). Otros te dicen paso por paso lo que tienes que hacer según su fiable criterio y otros directamente están relacionados con tu problema, por lo que es inviable que te puedan ayudar. Y lo mismo sucede con los familiares. Si lo que necesitas no es una palmadita en el hombro o un café sino algo más, pasarás al siguiente punto.
¿Tiro la toalla?
Aquí puede darse que tiremos la toalla, pensemos “nadie me puede ayudar” y nos resignemos, que no es lo mismo que aceptar. Si así es, me quedaré aquí. Pero si no nos resignamos continuaremos buscando ayuda más allá de los recursos proximales, para lo cual habrá que hacer un esfuerzo de búsqueda y elección del profesional más adecuado para mi malestar.
Decido pedir ayuda profesional
La oferta es numerosa y la elección dependerá en gran medida de cómo percibamos nuestro problema. ¿Creemos que lo nuestro es físico? iremos al médico de cabecera. ¿Pensamos que lo nuestro tiene que ver con un problema del cerebro? iremos al psiquiatra. ¿Creemos que lo que necesitamos es relajarnos? nos apuntaremos a yoga, pilates o taichí. Pero si intuimos que nuestro problema viene de algo que no acabamos de comprender y que tiene relación con cómo nos posicionamos ante la vida o de conflictos vitales que no hemos resuelto, la mejor elección es la psicoterapia.
Una vez decidido que nuestro terapeuta más adecuado es un psicólogo, tendremos que valorar qué tiempo y recursos económicos le queremos dedicar a la terapia. Además, tendremos que sortear otro tipo de obstáculos como superar prejuicios del tipo “a terapia solo va gente que está muy mal o que está loca”. Nada más lejos de la realidad, puesto que a consulta pueden acudir todo tipo de personas, pero quien finalmente acaba haciendo el proceso completo suelen ser los más responsables.
Información:
Elia Quiñones
Psicóloga, terapeuta de pareja
Experta en T.D.M
www.eliaquiñones.com
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